Hacía tiempo que no ocurrían 3 tragedias aéreas de tal magnitud y tan seguidas. El pasado 17 julio, un Boeing 777 con 298 personas a bordo fue derribado mientras sobrevolaba Ucrania. Seis días más tarde, un ATR-72 sufrió un accidente momentos antes de aterrizar dejando 48 fallecidos. Y solo un día más tarde, 116 personas fallecieron al estrellarse un MD-83 cubriendo la ruta Uagadugú – Argel.
Cualquier fallecimiento es una gran tragedia para familiares y amigos, pero cuando se juntan 3 tragedias mediáticas, con tantos fallecidos y en tan poco tiempo, la repercusión es mayor y acaba preocupando a gran número de personas.
Teniendo en cuenta cómo funciona nuestro cerebro a la hora de valorar riesgos (*), conviene dar cierta perspectiva al asunto y no dejarnos llevar, a la hora de sacar determinadas conclusiones, por la tristeza y pesimismo del momento.
(*) El ser humano tiene una tendencia innata a juzgar la frecuencia de un suceso por cómo de fácil nos vienen ejemplos de tal suceso a nuestra mente. Es decir, si pensamos en volar y, enseguida, nos viene el recuerdo de un accidente aéreo (un accidente que nos ha marcado, por ejemplo), nuestra mente sobreestimará su probabilidad. El resultado es que los sucesos más mediáticos y fácilmente recordables cobran una importancia desproporcionada, dejando en un segundo plano al resto, como los más de 37 millones de vuelos que se realizan al año.
¿Volar sigue siendo seguro?
Cada día, despegan alrededor de 100.000 aviones comerciales con 8.5 millones de personas. En el año pasado, cerca de 3100 millones de pasajeros viajaron en avión; tal cifra supone el equivalente al 43% de la población mundial. Estamos hablando de cifras muy elevadas de pasajeros que, todos los días, recorren en avión varios cientos o miles de kilómetros para llegar a sus destinos.
En cuanto al número de fallecidos, en el año pasado se registraron 265; la media de los últimos 10 años se sitúa en algo menos de 700 personas al año. Aunque se alcanzasen 1000 fallecidos, seguiría siendo una cifra muy pequeña en proporción a los más de 3000 millones de pasajeros que hay en un año.
Si a la hora de volar, nos torturamos pensando que podemos ser uno de esos fallecidos, de la misma manera deberíamos decirnos que también podemos ser una de esas tantas personas que vuelan sin problemas, y eso sí, resulta muchísimo más probable pertenecer al segundo grupo.
El 2014 no resultará el año más seguro en cuanto a número de fallecidos, pero esto no significa que volar haya dejado de ser seguro, porque volar sigue siendo muy seguro.
¿Cuál es la tendencia?
Sería un error concluir que volar ya no es tan seguro como antes basándonos en los accidentes ocurridos en un solo año. Debemos analizar cuál es la evolución con el paso del tiempo.
En las siguientes gráficas podemos constatar que, a pesar del aumento del tráfico aéreo con el paso de los años, se ha logrado disminuir tanto el número de accidentes como el de fallecidos.
También, debemos tener en cuenta que el número de fallecidos que hay al año depende bastante del tipo de avión que sufra los accidentes más graves. No es lo mismo un avión con 300 pasajeros, que otro con 75. Tampoco es lo mismo un accidente con una tasa de supervivencia del 95%, que otro con el 0%. Por este motivo, el número de fallecidos fluctúa bastante más que el de accidentes mortales.
Un año con un número de fallecidos más alto del habitual no logrará ensuciar el buen progreso que ha experimentado la seguridad aérea con el paso de los años, especialmente, en la última década. Recordemos, además, que hoy en día se realizan más vuelos que nunca.
Volar es muy seguro, y cada vez lo es más.
Lectura recomendada: ¿Cómo se adquiere el miedo a volar?
(Foto: John Murphy/Flickr)
JUL
2014